La ofrenda a Dios hecha de cosas mal habidas, es impura; a
él no le agradan lo que hacen los malvados. El altísimo no acepta ofrendas de impíos;
aunque le ofrezcan muchos sacrificios, no le perdona los pecados. Robar algo a
los pobres y ofrecérselo a Dios, es como matar a un hijo delante de los ojos de
su padre.
La vida del pobre depende del poco pan que tiene: quien se
los quita, es un asesino. Quitarle el sustento al prójimo es como matarlo; no
dar al obrero su salario es quitarle la vida.
Si uno construye otro derriba. ¿Qué se gana sino más
trabajos? Si uno ora y otro maldice ¿a cuál de los dos escuchara el señor? Si
uno toca a un muerto. Se lava y vuelve luego a tocarlo. ¿De qué sirve haberse lavado?
Así pasa con uno que ayuna por sus pecados, pero después
vuelve a cometerlos. ¿Quién escuchara su oración? ¿De qué le servirá haber
hecho penitencia?
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