martes, 8 de septiembre de 2015

Por eso suplique a Dios, y me concedió prudencia.



Por eso suplique a Dios, y me concedió prudencia, le pedí a espíritu de sabiduría, y me lo dio. La preferí a los cetros y los tronos; en comparación con ella, tuve en nada la riqueza. Ninguna piedra preciosa me pareció igual a ella, pues frente a ella todo el oro, es como un puñado de arena, y la plata vale tanto como el barro.
La amé más que a la salud y la belleza, la preferí a la luz del día, porque su brillo no se apaga. Con ella me vinieron a la vez  todos los bienes, pues me trajo incalculables riquezas; gocé de todos esos bienes, porque la sabiduría los gobierna, aunque no sabía que es madre de todos ellos. Los alcance sin malicia, y la comparto sin envidia; no escondo para mí su riqueza. La sabiduría, es para los hombres un tesoro inagotable; quien sabe usar de ella, logra la amistad de Dios, porque ella con sus enseñanzas le sirve de recomendación.

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